En esta nueva sección de opinión, abordaremos algunas temáticas de actualidad que puedan ser útiles para el momento de transición en el que vivimos. Como siempre, se tratarán temas relacionados con la mejora del bienestar y su aplicación a nuestra vida diaria.
Disclaimer – Aviso a navegantes: las opiniones vertidas en esta entrada son personales, fruto de mi experiencia como usuario de Coursera. En ningún momento he recibido compensación de ningún tipo, ni promocional ni económica por alguna de las partes. El único objetivo de esta entrada es aportar una visión alternativa de la enseñanza superior desde las posibilidades que ofrece la tecnología actual. Tenemos tan ampliamente aceptado el funcionamiento de la enseñanza desde hace décadas que no somos capaces de contemplar alternativas serias al sistema tradicional.
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Google ha lanzado recientemente una iniciativa educativa a través de la plataforma Coursera en formato MOOC (Masive Online Open Course). Se trata de varios programas de formación certificados con los que pretenden flexibilizar la enseñanza superior, hasta ahora arrinconada en esas instituciones estáticas que llamamos universidades tradicionales. Con estos programas (cuatro hasta el momento), Google quiere formar personas sin muchos conocimientos previos en materias tecnológicas como el Diseño de Experiencia de Usuario, Análisis de Datos, Gestión de Proyectos, o Especialista en Soporte de IT, con el objetivo de proporcionar competencias profesionales para que puedan desempeñar un trabajo (al menos, a priori). Para ello, los programas están compuestos por 7 cursos o asignaturas cada uno, distribuido en 4 semanas. Tras superarlos, obtendremos la certificación. Todo ello pagando una cuota mensual de 32 euros, al estilo de plataformas de suscripción de streaming.
Como casi todos los que hemos estudiado una carrera, lo he hecho en una universidad tradicional, de las de toda la vida, en las que pasan lista para persuadir a los alumnos a que acudan a clase (ir a clases es como el humor, si lo fuerzas, a la gente le deja de hacer gracia). Puede que algún lector esté totalmente de acuerdo con esta práctica, siendo el argumento principal que, si no se llevara a cabo, nadie pisaría un aula. En ese caso, los animo a que se sienten frente a un rincón y recapaciten.
Las universidades, como todos sabemos, adolecen de multitud de fallos (por decirlo de otra forma, “anacronías”, pues pertenecen a un sistema de otro momento histórico), y eso nos daría material para varias entradas y libros. Pero no está de más comentar algunos que merecen un tirón de orejas. Como, por ejemplo, los exámenes tradicionales. Algún día los pedagogos y los docentes del siglo XXII nos estudiarán asombrados, al conocer cómo eran nuestros exámenes y para qué los usábamos, igual que nosotros nos horrorizamos de las torturas de la Inquisición. Aunque los exámenes son bastante más baratos. Bastan un papel y un bolígrafo, y las víctimas confiesan rápido.
Sea como fuere, los exámenes están pasados de fecha, están caducados, les ha salido moho. Así pues, hay que reciclarlos, porque en la forma actual no sirven nada más que para atormentar y son contraproducentes. Los alumnos memorizan conceptos con sudor y los vomitan a primera hora. Y una vez han expulsado todas las respuestas, si te he visto, no me acuerdo. ¿Alguien pagaría por un disco duro que tarda semanas o meses en copiar información y que la elimina a los pocos días? Entra en conflicto con el fin último de examinar, que no es otro que comprobar si el alumno se ha formado adecuadamente en determinados conceptos, so pena de quedar estancado y no poder avanzar en el curso. En este momento, los lectores que estaban sentados recapacitando en el rincón preguntarán: ¿cómo comprobamos entonces quién “se sabe” la asignatura? Dos opciones:
– No comprobando quien “se lo sabe”. ¡Qué ignominia! ¿Cómo no vamos a comprobarlo? ¡Entonces TODO el mundo obtendría un título! El problema principal es que los títulos y las carreras profesionales no deberían estar basados solo en aprender de memoria conocimientos estáticos (orientación al pasado), sino aprender a usar conocimientos de forma práctica y real (orientación al futuro). Además de ello, se entiende que una persona adulta que decide estudiar una carrera y permanecer en ella durante años, tiene motivación e interés por la disciplina, por lo que sería mucho más inteligente y productivo no ponerle más trabas de la que ya existen en la vida, y dotarle de herramientas útiles que pudieran utilizar. Cuando un concepto se explica con dedicación, el alumno suele recordarlo con más facilidad. Y podemos añadir a esto la amplísima investigación que existe actualmente relacionando el buen aprendizaje con la activación emocional en el alumno. Aprendemos de verdad lo que nos interesa y lo que nos motiva.
– Comprobándolo de otra manera, que sea útil incluso para el alumno. Los exámenes solo están al servicio de la propia institución educativa, ya que el usuario no se beneficia de ningún modo al realizarlos. Esto hay que intentar mejorarlo. Hay formas de comprobar conceptos de forma más productiva, ofreciendo un feedback instantáneo en el que el alumno pueda unir rápidamente su respuesta con la opción correcta. Claro, eso involucra la necesidad de usar sistemas digitales actuales (como la plataforma Kahoot), pero ya va siendo hora de sacarles partido y actualizarse un poco.
Volviendo a Coursera, los cursos están distribuidos en semanas de trabajo, como antes hemos comentado. Cada semana dispone de contenido audiovisual, bibliografía, ejercicios y cuestionarios. Hablaremos del formato de clases en Coursera un poco más adelante. Ahora vamos a centrarnos en los “exámenes” de Coursera, que allí los llaman más acertadamente “cuestionarios”. Estos están abiertos durante toda la semana para que los alumnos los superen, aunque si uno se pasa la fecha, existe la oportunidad de repetirlo (esto no va de penalizar, sino de aprender…). Aunque Coursera recomienda hacerlos en su momento, permite organizarse mejor si estamos compatibilizando con un trabajo o con otras obligaciones. Los cuestionarios disponen de unas 15 preguntas tipo test (no hacen falta 80…) sin trampa ni cartón, claras, bien redactadas, y con respuestas justas y coherentes. Si hemos atendido a los contenidos, sabremos responder la mayoría. No son preguntas literalmente copiadas del contenido, muchas de ellas hay que “deducirlas” a partir de lo aprendido, por lo que obligan a pensar un poco y no vomitar las respuestas. Para superar el cuestionario, se necesitan el 80% correctas (lo cual tiene sentido, dado el formato).
Aquí viene lo interesante del asunto. El usuario puede repetir el cuestionario tres veces, y en cada intento se renuevan algunas de las preguntas. El feedback es instantáneo, a diferencia de los exámenes tradicionales, donde pueden pasar semanas o meses sin conocer el desempeño que hemos tenido y finalmente olvidamos casi todo. Lo curioso de este sistema, es que “suspendiendo” es como mejor se aprende la disciplina, ya que los sucesivos errores se recuerdan mucho mejor y el usuario siente una especie de “reto” o de gamificación para conseguir llegar al 100%.

No solo puedes repetir el examen, sino que suspender posee valor de aprendizaje. Aunque la palabra “suspender” aquí no existe, y el sistema te invita a volver a intentarlo. Porque, ¿aprender no trata de eso? ¿La curiosidad no es un proceso de ensayo y error? ¿Por qué tiene que haber un límite que provoque ansiedad en las personas con la idea de no poder acabar sus estudios y completar su formación? (Y vivir de ello…).
Para todos los escépticos que defiendan que los exámenes actuales son la única prueba válida para determinar el conocimiento, podríamos decir que repitiendo algunos de estos cuestionarios se pueden afianzar más conceptos que en muchos exámenes tradicionales, durante los cuales no solo no se aprende ni un solo concepto, sino que encima se acaba por confundir los que el alumno cree bien asimilados, gracias a preguntas mal redactadas y respuestas tramposas con el único objetivo de despistar y “pillar”.
Antes hemos comentado el sistema de Coursera basado en 4 semanas por curso. ¿Es demasiado poco? Depende del ritmo de aprendizaje. En la universidad sería muy escaso, con horas de largas digresiones en forma de clases, donde el profesor es incapaz de sintetizar conceptos clave y al final termina hablando de las bandadas de estorninos en invierno. Al ritmo del formato MOOC, puede ser suficiente para determinadas asignaturas.
Las clases consisten en vídeos grabados por instructores, de no más de 5 o 10 minutos (recordemos que la atención se dispersa con cierta facilidad), donde se sintetizan los conceptos clave de esa lección. Y nada más. Ni historias de la “mili”, ni opiniones políticas, ni faltas de respeto al personal. Y, por supuesto, visibles en todo momento. Todo el mundo gana. Los instructores solo tienen que preparar y exponer la clase una vez (o, al menos, seleccionar la mejor) y los alumnos disponen del contenido cuando quieran y todas las veces que quieran. En algún momento, los profesores más tradicionales, “celosos” de su intimidad y su críptico sistema de enseñanza, legado por una secreta deidad arcana, tendrán que asumir que la información y el conocimiento formativo debería ser público y de libre acceso. Y así, además, se añade un componente de “higiene” educativa. Si algo lo van a ver miles de personas, uno lo prepara con más dedicación.
A estas clases en vídeo que hemos comentado se suma bibliografía en forma de artículos o páginas webs, también sintetizada, sin obligar a los estudiantes a dedicar largas horas profundizando en un tema demasiado concreto para ser útil ahí fuera. Atención, no estoy en contra de la lectura de manuales y libros completos (al contrario, como lector que soy, tengo claro que la lectura y la reflexión son la única manera de profundizar realmente en una disciplina), pero el mundo cambia, y la docencia ha de cambiar con él. Una vez se han cubierto los conceptos necesarios, cualquier persona es libre de profundizar en toda la bibliografía disponible hasta el nivel que considere oportuno, si así lo desea.

Por otro lado, también disponen de actividades complementarias de diversa índole, además de participación en foros de discusión, donde se puede conocer la opinión de otros compañeros de curso, si así lo queremos. En algunos casos, los trabajos presentados se pueden corregir de forma colaborativa, eliminando la necesidad de incluir un tutor personal. Este es, a mi parecer, el punto más débil de estos sistemas de aprendizaje, pero se entiende que por limitaciones económicas no es posible llevarlo a cabo. No obstante, es en estos términos donde plataformas como Coursera todavía tienen que mejorar mucho y pensar su estrategia para conseguir mayor implicación “activa” por parte del alumno.
En este punto, seguro que más de uno se estará preguntando acerca de los famosos y tan de moda trabajos en grupo. Pues no, en Coursera (al menos en todos los cursos que he realizado) no existen. Y menos mal. Por algún extraño motivo, a los pedagogos de este siglo se les ha metido en la cabeza que los trabajos grupales son vitales y de suma importancia. No me malinterprete el lector. En muchas circunstancias, un trabajo colaborativo puede ser enriquecedor, y conviene preparar al alumno para trabajar con otras personas de cara a su futuro laboral. Pero no en todas las circunstancias. Se nos está pasando por alto el valor de trabajar en soledad, de rumiar ideas y fomentar la creatividad personal. Cuando solo trabajamos en grupo, corremos el riesgo de consensuarlo todo y acabar pensando lo mismo (group thinking). Y cuando todos piensan lo mismo, ninguno está pensando. Hay espacio para el trabajo grupal y también para el trabajo en solitario, pero si me preguntan, me decanto por el segundo, pues pocas obras de arte se han realizado a ocho manos.
Y ahora, la pregunta del millón, el momento polarizador de la entrada. ¿Entonces es mejor Coursera que la universidad tradicional? No. La universidad tiene muchas ventajas, aun con su sistema anacrónico. La universidad dispone de espacios físicos, de los que no hemos hablado, pero que son tan importantes como el contenido (véase “Neuroarquitectura“). Ya sea para la correcta asimilación de la información, como para la socialización de sus alumnos.
La universidad también fomenta un conocimiento más pausado, más profundo, a fuego lento, con bibliotecas, con salas de estudio; con tranquilidad. Además de ello, muchas de las carreras importantes para la sociedad son difíciles o imposibles de impartir de forma online, y requieren no solo de presencialidad, sino también de esa “inmersión” que representa ser alumno universitario y estar en el “meollo”. No todo se basa en recopilar conceptos y técnicas, formarse en una profesión también requiere vivirla físicamente. Pero ojo, muchas otras formaciones, por su naturaleza, SÍ podrían impartirse exclusivamente online, y en lugar de en cuatro años, en la mitad. Todo depende de los contenidos y la forma de presentarlos.
Terminamos con una pequeña reflexión. Google, Coursera, y el resto de las plataformas de aprendizaje, como sabemos, son empresas. Y como todas las empresas, su fin último es ganar dinero. Pero cuando algunas empresas son lo suficientemente grandes, comienzan a tener más motivaciones derivadas de su actividad y desarrollan otras ocupaciones, algunas de ellas útiles para los usuarios.
Los escépticos pueden quedarse tranquilos, las empresas, en última instancia, solo miran por ellas mismas, es cierto, pero en ese proceso egoísta a veces hay beneficios colaterales. (Y en contra de lo que podría suponerse, el temario y los profesores no realizan publicidad de la empresa). A lo que vamos: si Google, una de las compañías que más ha crecido en los últimos 20 años, ha entrado en la formación digital a través de este tipo de aprendizaje, ¿no sería inteligente echarle un vistazo a la forma en la que lo han implementado y tomar prestadas algunas cosas útiles para mejorar nuestras propias universidades?